sábado, 26 de mayo de 2018

Paseo en BTT por la Sierra de Los Ríos, Hecho.

El sábado pasado, 19 de mayo, con la amenaza de tormenta, decidimos apurar la mañana con Elia. Nos subimos con el coche hasta la muga entre Ansó y Hecho, justo en el alto del puerto carretero que une las dos localidades. La intención era adentrarnos por la pista de la Sierra de Los Ríos.




No era la primera vez que lo intentábamos con su bici nueva, ya que hace unos días nos tuvimos que dar la vuelta por un inoportuno pinchazo, a la altura de La Collada de Terit.




Esta vez íbamos preparados con repuestos y volvíamos a intentar llegar hasta el final de la pista. Elia nunca había estado allí y tenía ganas de llegar, ya que yo le comentaba que pensaba que le iba a gustar lo que allí iba a ver.




El suave tramo inicial, con incluso algún tramo en descenso, hasta La Collada de Terit,dieron paso al continuo tramo de rampas ascendentes. El paisaje también cambia a la vez que la pendiente, pasamos del predominio del pino y el chaparro a la fresca sombra de las hayas.





En el pozo de incendios paramos a echar un trago de agua, quitarnos ropa y descansar un poco de las primeras rampas. Elia estaba probando la eficacia en subida del plato tan pequeño que tenía su bici nueva y estaba encantada porque, aunque iba despacio, no se cansaba casi porque no tenía que hacer fuerza.




La rampa es continua y no hay descansos, así que aprovechamos la sombra de las hayas para hacer alguna parada y recuperar fuerzas, ya que aunque lo del plato pequeño estaba bien, la continuidad de la pendiente requería algún descanso.




Al llegar a la parte mas alta, Elia se llevó la primera sorpresa cuando vio el cartel del camino que baja hasta Santa Lucia. "Esto no me lo esperaba" decía. Al comentarle que aún le iban a gustar más las vistas que rápidamente íbamos a ver, ella me decía "¿están tan bien como las del Castillo de Acher?". Le comenté que eran diferentes pero que pensaba que también le gustarían.




Antes de parar con la bici ya gritaba "¡que chulo!, ¡allí abajo hay un pueblo!". Mas contenta se puso cuando le dije que era Hecho y que también se veía Siresa




Antes de emprender la vuelta, subimos hasta la arista donde está la caseta de vigilancia de incendios y ver la otra vertiente de la sierra. Vimos como la sierra separa los cauces de los ríos Veral y Subordán y nos da unas muy buenas vistas de los valles de Ansó y Hecho. Por poco no vimos Santa Lucia aunque sí los campos cercanos que rodean las casas.




Nos pusimos un chubasquero para parar el aire fresco de la bajada hasta la Collada de Terit, donde volvimos a quitarlo, aunque lo dejamos a mano en la mochila por si las moscas, ya que las nubes evolucionaban rápidamente y aún había que parar en el observatorio ornitológico.




Le comente la posibilidad de pasar de largo de la caseta porque las nubes engordaban rápidamente pero ella estaba empeñada y me decía que tenía que hacer una cosa. Al llegar, sacó de la mochila un cuaderno y se puso a apuntar los nombres y las envergaduras de las aves que había en el cartel del interior de la caseta. Eso me sorprendió, y al verlo, no le puse ninguna prisa para continuar. Además teníamos ropa de repuesto en el coche que habíamos puesto en previsión de que nos pillara la tormenta. 




Algo bueno había recordado de la vez anterior en la que pinchamos. Aquello me gustó mucho y además no nos mojamos. Una mañana que dio para muchas cosas interesantes y que nos permitió disfrutar del monte, de la bici, del entorno y de las formas de las nubes.








viernes, 18 de mayo de 2018

Vía Anorexia (V+), Mallo Colorado. Riglos

El domingo pasado, 13 de mayo, hacía un tiempo invernal en Ansó. Gris con cierzo y nieve por la cabecera. Decidimos con Pablo ir en busca del sol y acudimos a Riglos sin ningún objetivo fijo. Mas bien queríamos buscar el sol y un buen resguardo para pasar la mañana.




Pablo me comentó la posibilidad de hacer unos largos de deportiva y acudimos a un pequeño afloramiento calizo que hay justo debajo del Mallo Magdalena. No se como se llama, pero hay unas cuantas vías que pican de lo lindo. Donde menos desplomes hay es en la parte derecha según te acercas a la zona. 




Yo llevaba un año sin escalar y aquello me pareció durísimo, y aunque Pablo me aseguraba que no eran más de quinto grado, a mí se me hacía muy cuesta arriba y no paraba de hacer trampas para progresar.




Probamos un par de vías, que apenas tenían quince metros, pero eran tan explosivas para mí que le comenté la posibilidad de ir hacia algún Mallo Pequeño.




Recogimos los bártulos y nos encaminamos hacia el Mallo Colorado. Allí hay un montón de vías de grado parecido y decidimos hacer la Anorexia.




Desde lejos ya vimos a gente que andaba por la vía y rápidamente nos pusimos en faena. Aquello ya parecía Riglos. El conglomerado era el protagonista y solo quedaba disfrutar de la vía.




En la primera reunión coincidimos con una pareja de Bilbainos que resultaron ser los que había pillado con la cámara antes de llegar. Nos comentaron que habían decidido bajarse por la incomodidad del viento reinante en la siguiente reunión. Nos echamos unas fotos y cada cordada continuó con su objetivo.




Al llegar a la siguiente reunión nos dimos cuenta de que lo que nos habían contado del viento era real. Además de frío, resultaba del todo incómodo, pero decidimos continuar con la vía. Quizá, y por la cantidad de vías que hay en la zona, hiciéramos algún max-mix de vías en algún tramo pero como son todas parecidas, ni nos dimos cuenta.




El quinto grado y los 150 metros de mallo resultaron perfectos para que yo disfrutara a pesar del viento. Igual para Pablo se quedaba un poco escaso de grado, pero para mí era lo que estaba buscando.




Arriba no se podía perder tiempo ya que el azote del aire seguía resultando molesto. Preparamos el rapel de unos cuarenta metros y rápido para abajo. Existen muchas y muy buenas reseñas de todas las vías del Mallo Colorado por internet y de fácil localización, de ahí que no ponga ninguna en esta entrada.




El rapel nos dejó muy cerca del camino circular a los Mallos de Riglos y, en cómoda bajada, llegamos al coche con unas buenas vistas del entorno y con unos buenos nubarrones amenazándonos.


Un día para disfrutar de los Mallos Pequeños y que aún lo hubiésemos aprovechado algo más si no hubiera sido por el viento y por la amenaza de lluvia final.